lunes, 19 de julio de 2010

ESTADÍSTICAS, ¿PARA QUÉ?


La mañana en que escribí este artículo me levanté pensando en que casi nada de lo que afirmo va acompañado de estadísticas o datos duros —como se le llama a las cifras que aparentemente nadie puede refutar— y por supuesto me puse muy contento por ello. Hoy en día casi cualquiera acude a las estadísticas para demostrar autoridad. Sin unos cuantos datos que sostengan sus palabras los opinadores se sienten perdidos. Qué mala suerte encontrarse con uno que te sepulta en datos durante una conversación en la que se intenta aclarar determinado problema. Acaba uno mucho más confundido de lo que estaba. Antes siquiera de plantear el problema de una forma adecuada ya nos estamos llenando la cabeza de números que en buena parte no sirven para nada. ¿Cómo hace tanto mentiroso para poner a la verdad de su parte? Acude a las estadísticas. A veces ni siquiera tiene que preocuparse por explicar nada: "las estadísticas hablan por sí solas", nos dice, aunque creo que es justo lo contrario: ningún dato puede hablar por sí mismo porque su sola existencia posee en principio una intención humana.

El verdulero sabe que los sábados se venden más calabazas que en el resto de la semana y obtiene beneficios de este conocimiento, es decir se pertrecha con más calabazas para que no se le acaben. Un día las cosas cambiarán y habrá que ajustarse a las nuevas condiciones del mercado. Ahora bien, si el mismo vendedor de verduras me dice que cinco de cada diez personas que comen zanahorias son capaces de ver los volcanes en un día nublado porque tal verdura contiene propiedades que estimulan la vista, correré a comprar mis verduras en el puesto de junto. Comprendo que en el primer caso el señor verdulero sabe cosas por experiencia, en el segundo sólo está alardeando de un conocimiento que no tiene. Un camino para evitar el engaño es desconfiar de cualquier estadística que no podamos comprobar por nuestros propios medios (por ejemplo: el promedio de temperatura en la cima de los Pirineos); después habría qué preguntarse quién está ofreciendo los datos y cómo se beneficia de ello También es bueno tratar de obtener conclusiones diferentes de unas mismas cifras o cambiar su sentido a la hora de interpretarlas. Y sobre todo, es indispensable leer entre líneas lo que estos números no dicen o esconden, pues es común que se les use para correr cortinas negras sobre ciertos aspectos del caso que pudieran ser en verdad relevantes para nosotros. Las estadísticas son un instrumento que auxilia en la ampliación del conocimiento humano, pero hay que tener en cuenta que toda recolección de datos, así como su interpretación y su aplicación en la realidad va precedida siempre de un interés humano.

Una visión desde ningún lugar, es el título que el filósofo, Thomas Nagel, ha elegido para un libro que reúne sus ideas acerca de la realidad, el conocimiento, la libertad, la muerte, el sentido de la vida, la ética y otros temas que son interesantes por sí mismos y que tantos escritores, filósofos, poetas y cocineros han tratado cada quien a su modo. Si tuviera que concluir en un párrafo lo que encontré en esas páginas diría lo siguiente: no podemos abandonar la perspectiva personal y subjetiva desde la que miramos, comprendemos y juzgamos el mundo que nos rodea: la objetividad absoluta es imposible aunque hacia ella tienda el conocimiento científico. Cuando uno desea ser objetivo intenta justamente ubicarse más allá de una posición determinada o subjetiva para observar las cosas desde ningún lugar y tratar así de ser imparcial, objetivo, justo. ¿Es posible hacer eso? ¿Es posible no anteponer los intereses personales —la singularidad— cada vez que uno da opinión sobre las cosas? Creo que la respuesta de Nagel es "no", aunque haya escrito trescientas hojas tratando de mostrar lo contrario. Y si los filósofos que han reflexionado acerca de la objetividad misma, como Hilary Putnam, Bernard Williams, Richard Rorty o el mismo Nagel tienen serias dudas de su posibilidad, ¿cómo podríamos aceptar las estadísticas como base de conocimiento? Son sólo un relato más, un instrumento, que en manos de personas honradas, razonables y —hasta donde es posible serlo— desinteresadas, podría servir para ampliar nuestro saber y mejorar muchos aspectos de la vida ordinaria. Ahora bien: ¿donde se han metido esas personas?


Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 19 de jullio de 2010.

lunes, 12 de julio de 2010

LA CINTURA MÁS BREVE


Una noche de viento amargo y lluvia copiosa me encontraba dormido en la habitación de un hotel. Los hoteles son los únicos dormitorios en los que suelo descansar y en donde mis recurrentes pesadillas se desvanecen. Lo contrario es lo cotidiano: el insomnio que produce el miedo a que los perros armados entren a tu casa y asesinen lo que más quieres (en esta ciudad la libertad de los ladrones es envidiable). En el hotel nada es mío y los fantasmas que rondan entre sus paredes me resultan ajenos. Ninguno de ellos tiene un rostro conocido. En la madrugada, a punto casi de amanecer, me di cuenta de que había dejado encendido el televisor. En la pantalla una mujer se daba a la tarea de convencer a su auditorio nocturno que con el auxilio de un aparato podríamos hacer ejercicio de manera divertida, breve y sin sufrimiento. Estuve durante horas absorto escuchando ese cúmulo de tonterías como si de pronto hubiera sido aquejado de una severa parálisis.

Hace tres años estuve en Frankfurt por razones de poco peso e interés y fui hospedado en el piso treinta de un hotel para ejecutivos u hombres de negocios. La primera noche los fantasmas de estos hombres solos que durante las noches miran televisión, hacen una llamada a su esposa y orinan concentrada su vista en el retrete blanco, no me permitieron un sueño sosegado. Sus pasos nocturnos, nerviosos, señal de un miedo que no aciertan a comprender andaban sobre mi esternón como en un pasillo sin salida. Un poco de ejercicio divertido y sin sufrimiento habría hecho bien a esas almas atorrantes e infelices que ni siquiera podrían escapar por la ventana pues a esas alturas del edificio las ventanas se clausuran y las nubes siguen su camino hacia la nada. No soporté la estancia en esa habitación y al día siguiente renté otra en un hotel barato cercano a la estación de trenes. Cuando entré a la recepción una prostituta se rió de mi aspecto sombrío y con su dedo barnizado me señaló la etiqueta de mi camisa. "Se ha puesto usted la camisa al revés."

"La vida es breve y el arte largo" es una aforismo de Hipócrates. Como todos los aforismos este tampoco quiere decir nada y sólo es una llamada a continuar la creencia de que entendemos el sentido oculto de las cosas. Un discurso breve o una novela corta hacen que las bodas o la literatura sean menos desquiciantes. Una visita breve y amable vuelve sabios a nuestros huéspedes. La brevedad es sin embargo relativa y parece imposible asumirla como un valor absoluto. Cada uno de nosotros es la medida del tiempo y el reloj que usamos para ello carece de números. En estos días me he dedicado por completo a la lectura de los cuentos reunidos de Saul Bellow y he descubierto de qué manera cierto sufrimiento a la hora de la lectura es necesario si uno quiere abrir la ventana de todos los pisos treinta del mundo y liberarse. Bellow apreciaba la brevedad, aunque en sus relatos casi nunca la practicó. Él escribió: "Los hombres que preferían a las mujeres gruesas (¡cuanto tiempo hace de eso!), solían decir que nunca puede haber demasiado de algo que es bueno." Sufrir, caminar mucho, dormir en una cueva, romperse los ligamentos, sanar bajo el portal de un bar clausurado, así se leen los relatos de este gran escritor. Y cuando al fin decide poner punto final a sus cuentos es que ya no se puede seguir adelante, ni tampoco retroceder. Entonces se hace evidente que el arte permanece, aunque la vida sea breve, como sentenciaba Hipócrates.

A mi padre le gustaban las mujeres generosas en carnes, aunque en su tiempo admiraba a una encueratriz a quien apodaban "La cintura más breve." Habría sido un buen lector de Bellow. Yo apenas lo comienzo a ser y a descubrir que el ejercicio no puede ser divertido o breve porque algo así lleva a la depresión y a la tristeza profunda. Y no requiero probarlo, sólo hace falta encender el televisor.


Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 12 de jullio de 2010.

lunes, 5 de julio de 2010

ESO NO ES VIDA


Las personas más interesantes se esconden. ¿Será una regla? Interesantes, ¿para quién? Respondo: en todos los casos y para todos los quienes. Los palurdos, anodinos e insípidos, por el contrario, acostumbran no esconderse. Dan la cara en cuanto se abre una ventana. ¿Será otra regla? No, es una ley tan necia como la ley de la gravedad. Los seres más atractivos se entierran como topos, hay que husmear y sacarlos de su madriguera. Esto en caso de que sepamos dónde están, lo cual no es tan sencillo. Una mesera que va menuda entre las mesas de un restaurante en la plaza Lubeiskiej, en Varsovia. Ella es la única mujer con quien sería dichoso un joven escritor que vive en la calle 26-A, cerca de la librería Luvina, en Bogotá. ¿Pero quién va a presentarlos? Nadie, no existe alguien capaz de presentarlos porque ni siquiera tienen un amigo en común. Esto es una desgracia por donde se le mire.

Es un estigma: estar ausente cuando más se requiere de la presencia. ¿De cuántos artistas, libros, obra se pierde uno cada semana que transcurre? Respondo: se pierde uno absolutamente de todos. Personas que van entre las mesas, o no están en los medios masivos o se esconden por instinto. Se llama calamidad. Buscar en Varsovia a las mujeres que convienen ¿es imprudente? No, de ningún modo, en cambio se les busca en el barrio o dentro de la misma casa. En último término la pereza es un arte que cuesta doblones de oro. ¿Se sabe si existen aún los doblones de oro? Yo he vuelto a leer a Witold Gombrowicz después de que han caído al suelo dos décadas más (lo leí por primera vez el seis de julio del ochenta y nueve). Son dos conferencias dictadas por ese escritor proveniente de la garganta de un perro y publicadas en Tumbona Ediciones dentro de una colección de nombre Versus. En esta colección han aparecido también los breves libros de Rafael Lemus: Contra la vida activa; de Heriberto Yepez: Contra la tele-visión; además de un argumento contra la homofobia, escrito hace dos siglos por Jeremy Bentham. Y más.

"El estilo no es otra cosa sino una actitud espiritual frente al mundo", ha dicho Gombrowicz. ¿Quién ha puesto en cara una definición tan sencilla? Varios habrían tardado cuarenta y siete páginas plenas de metáforas para bosquejar una definición que dejara un poco más claro que el estilo, como la economía, no es cálculo y teoremas, sino sentido del humor. Sentido del humor quiere decir pasión que toma dirección, pasión orientada hacia el este. Y en la misma conferencia —la cual, por cierto, versa contra los poetas—, Gombrowicz ha dicho algo que pasmaría a más de tres: "A veces me gustaría mandar a todos los escritores del mundo al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigranas verbales, para comprobar qué quedará de ellos entonces." Yo comprendo esto de dos maneras.

La primera es que el joven escritor quien vive en la calle 26-A en el barrio de la Macarena, Bogotá, debería ahorrar dinero, tomar un avión e ir a buscar a su hermosa polaca a Varsovia. Ella sabrá esperar. La segunda interpretación de lo que ha expresado el autor de Pornografía, es la siguiente: el artista tendría que expulsarse del barrio de sí mismo para saber si fuera del vientre, de la esfera íntima, encuentra a una mesera menuda que cambie la orientación de su vida. Es una prueba. Y sí uno sale a la calle en busca de esos artistas, editores, escritores, librerías que se esconden —o que son sepultados por la agobiante vocinglería de los medios— habrá dado el paso hacia la anulación del ser testarudo e intensamente mediocre que se anida en el alma. ¿Se puede vivir sin leer a Cervantes? Sí, pero eso no es vida. Y si además de lidiar con Cervantes se va en busca de la bella joven eslava que se esconde sirviendo mesas, entonces casi todo habrá valido la pena.



Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 5 de julio de 2010.