lunes, 25 de mayo de 2015

LA FORMA DE LAS NUBES


Es probable que Slavoj Zizek sea uno de los filósofos más exhibicionistas y menos profundos que he leído. Ello no significa que no pueda llegar a ser ameno o que ciertos pasajes o disertaciones alrededor de un tema carezcan de interés. Su vistosa actualidad, sus referencias al cine y su retórica especulativa lo auxilian en la construcción de su celebridad. Que un escritor metido a la filosofía sea famoso no es mal negocio. Al contrario: su lectura, aun causada por el morbo y el ruido comercial, será casi siempre provechosa. Que no sepamos exactamente qué es lo que hace cuando escribe parece algo secundario. Si uno mantiene la calma es probable que el movimiento especulativo de su escritura produzca alguna disertación con sentido o brillo. A Michel Foucault se le señalaba como un transgresor del género académico. Se comportaba como un historiador, un sociólogo, un filósofo y un crítico de la cultura sin que ello restara calidad o dirección a sus libros. No era un émulo del caos como Zizek. La filosofía no siempre mantiene la obsesión por la verdad o la certeza lógica. También es un ejercicio que busca construir preguntas, o una manifestación de un temperamento y estilo literario.
    No desprecio el desorden reflexivo o la digresión temática como medios o manifestaciones de la creatividad. Desde Montaigne hasta Peter Sloterdijk hemos leído a ensayistas y filósofos que se han beneficiado de esta vagancia del pensamiento. Lo que me molesta de Zizek es que sea un espejismo y una alegoría que se agota una vez que el brillo de su esgrima intelectual se desvanece. No estamos ante un pensador de la nada, sino ante la nada misma. Juez y parte de una época entregada a la pantalla. Sus lectores se sienten confortados porque en vez de enfrentarse a una pura cultura libresca se encuentran a cada dos pasos con referencias al cine. Y en ello Zizek es abusivo: no se detiene a la hora de descubrir la verdad o el sentido de una película que él interpreta con la firmeza de un sádico e inquisidor parcial. Impone a las obras cinematográficas un carácter de objetividad que no tienen y es experto en edificar una capa secundaria que nos ofrece un mensaje que se supone él descubre. Y el lector, embelesado, se entrega a la especulación de artificio, a la verdad que el mago obtiene de su chistera en espera del aplauso inevitable.
     En la lectura de Acontecimiento (editorial Sexto Piso) me ha acosado el constante sentimiento de estar siendo engañado. He tomado la lectura con el sentido del humor necesario y he intentado leer sin prejuicios. Y, no obstante mi buen ánimo, termino agotado e incluso mal humorado cuando leo —por ejemplo— que el escritor sugiere al Parménides como el mejor diálogo de Platón. Dudo que Foucault e incluso Baudrillard (tan espectacular en sus conclusiones y tan seducido por las palabras) hubieran llegado a realizar esta clase de valoración mercadotécnica: el mejor, el número uno, el verdadero y único. No quisiera ensañarme con el escritor esloveno señalando meros pasajes o haciendo énfasis en un par de páginas. Sería una crítica injusta y además imposible de llevar a cabo en esta escueta y breve nota. Pero me resulta evidente la intención general de esta obra en particular: inventar un concepto (el Acontecimiento) con el único fin de ejercer la especulación, la literatura, la crítica de cine y de practicar gimnasia en el campo de una imaginación desbocada. Tengo la impresión de que al leer sus libros los lectores estamos pagando su formación. Zizek escribe guiones para desarrollar conceptos al vapor. Preguntarse “¿Cuándo tuvo lugar el acontecimiento?”, es aparte de una pregunta sin sentido, una argucia taquillera. (Por lo demás, la editorial Sexto Piso ha publicado a autores como John Gray, Alberto Caraco, y otros —incluso Giorgio Agamben— que me parecen sólidos y provechosos).   
     No me molestan las constantes citas o alusiones a Hegel o a Lacan en el citado libro de Zizek porque sigo pensando que somos enanos en hombros de gigantes (pese a que la obra de Lacan, en lo personal, me sea prescindible) y que la búsqueda de un fundamento proviene de la lectura de los filósofos que nos precedieron. Me hartan las referencias al cine venidas de la nada, consecuencia de un impulso más que de una estrategia. ¿Libertad o barullo? El sicoanálisis tampoco me interesa gran cosa y creo a grandes rasgos que quien haya leído a fondo a Schopenhauer puede prescindir de Freud, no obstante que todo lo sabemos entre todos. Sloterdijk, Rorty, Nagel, Gadamer y tantos otros filósofos se hallan a la espera de ser leídos y comprendidos hasta donde sea posible. Como apostilla a favor de Slavoj Zizek diré que su escritura es creativa y que al menos pone a cierta clase de lectores a pensar: es culto y entretenido, es audaz y buen creador de metáforas. Quizás algún día sea un filósofo.  

Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 1 de diciembre de 2014.