sábado, 3 de diciembre de 2016

Entrevista 2016


Provocador y destroyer. Discusión con Guillermo Fadanelli.
Por Héctor Iván González.

Héctor Iván González: Gracias por aceptar esta discusión, estimado Guillermo. Quisiera empezar con una pregunta, en apariencia muy simple: ¿Por qué escribes?
Gillermo Fadanelli: Es una pregunta imposible de responder, de hecho su respuesta tendría que hallarse en la acción misma de la escritura; pero te digo lo primero que me viene a la mente: “Escribo para continuar la primera frase”. O también: “Escribo porque deseo aprender a maldecir”. Me parece una causa digna, ya que para ser un hombre bueno bastan las acciones. Y además no sé maldecir como se debe. Mi madre sabía hacerlo muy bien: “Ojalá las ratas me hubieran comido el vientre cuando dormías allí dentro”, algo así decía. Recuerdo sus palabras y la envidio. Yo no me he acercado siquiera a la pureza de sus anatemas. Yo sólo sé… fingir. 
HIG: Cuando uno te lee, cuesta trabajo distinguir entre tu voz y la del narrador, desde las teorías narrativas uno da por hecho que no son la misma cosa. Tu narrador se caracteriza por introducir algunos monólogos, algunas percepciones, ciertas impresiones a manera de ensayos; incluso en Lodo tu personaje, Benito Torrentera, sugiere que hay una gran similitud, una gran proximidad, entre la novela y el ensayo. Sin embargo, ¿cómo te sientes con la voz narrativa que adoptas? ¿Cómo la concibes?
GF: No me planteo esa diferencia. Creo que en mis relatos de ficción hay sólo una voz y ésta es la suma de todos las personas que viven dentro de un escritor y que sólo pueden ser sospechadas a través de la lectura. Tal voz es discordante, heterogénea y cambiante, mas si es honrada prevalecerá, porque ha sido creada por un impulso irracional y una necesidad que no requiere explicarse, sino ordenarse a sí misma y extenderse. Yo no utilizo las novelas para disfrazar ensayos, pero no me importa que ambos géneros se confundan o entrelacen en una obra. Si hacemos caso a la distinción que planteas yo diría, entonces, que la voz del narrador es la que se impone al autor por la razón de que la ficción literaria es lenguaje escrito, registrado y sólo interpretado por quien lee la obra. La voz del autor, si lograra aislarse, carecería de importancia literaria, pues dejaría de ser una mentira. En Humano, demasiado humano, Nietzsche dice que el individuo no es unidad, sino escenario y aventura; y quien lo interpreta se convierte en un viajero. Si intercambiamos la palabra individuo por literatura entonces tenemos una pista.