lunes, 2 de mayo de 2016

NO ME GUSTA


En Prosa y circunstancia, un libro de Enrique Lynch que me fue sustraído durante una visita que hice a Saltillo, el escritor y filósofo escribe una lista de los actos y cosas que más le desagradan. Cuando repasaba esta lista me decía a mí mismo: “Algún día haré una lista de lo que más detesto.” Y de inmediato me respondía (también a mí mismo) que a nadie le importaban mis fobias y que a esta edad una lista de tal naturaleza ocuparía varios tomos y sería tan larga que ni siquiera Emanuel Swedenborg o Isidoro de Sevilla habrían podido emularla en extensión y diversidad. También podría parecer un ejercicio vano o un disparate si se olvida que incluso hacer una lista sencilla de lo que nos repugna es consecuencia de una experiencia y ética particular. Y, sin embargo, no voy a darle la espalda a este deseo y escribiré un extracto de esa amplia enciclopedia que almaceno en mi ánimo y en mi mente.
     Me despiertan temor todas las personas que están detrás de una ventanilla; me desagradan las mesas en la banqueta; quienes no te aceptan una copa porque no beben; los que tienen asuntos importantes y urgentes que resolver; los perros de aspecto feroz; me enferma todo aquel que toca un claxon; quien para hablar contigo se te acerca y rebasa los cincuenta centímetros de distancia; no me gustan las personas que aceptan de buena manera los halagos; ni los ebrios que aceptan honradamente ser ebrios; ni quienes citan a un filósofo o a un escritor sin haber leído uno sólo de sus libros; me disgustan los vegetarianos que nunca rompen sus normas y no te aceptan un taquito ofrecido de buena gana; los académicos que se aferran con siete uñas de un escaño universitario; me causan urticaria los bares o restaurantes de moda; las personas que quieren relacionarse con “gente del medio”; los publicistas iletrados; Slavoj Žižek; los automóviles nuevos. Es extraño que logre soportar a la gente que se viste con elegancia; a quien tiene más de tres pares de zapatos; a los políticos que tratan sus negocios en el desayuno; a las mujeres que hablan de futbol en minifalda; a los que tienen “antojo” de mariscos; me molestan los gatos que tienen nombres ingeniosos; las personas que tienen mascotas exóticas; los que inventan una nueva bebida; los “patrones” que uniforman a sus sirvientes; los guaruras; los meseros colmilludos; los padres que hablan con sus bebés en voz alta; los gimnasios; Lacan; las novedades de Apple; los edificios que tienen más de cinco pisos; los microbuses; el golf; los elevadores estrechos; los expertos en finanzas; las perfumerías; los puestos de tacos; quienes bailan durante toda la fiesta; los que buscan un lugar original para divertirse; abomino a quien da consejos de belleza; a quienes presumen de ser “informales”; a los que llaman por teléfono sin dejar mensaje o llaman sin conocerte; me deprime todo lo que está ligado a un banco; me dan grima las modelos del año; los actores famosos; los guías de turistas; la película que ganó el gran premio; los juegos olímpicos de invierno; los narcos célebres; los aplausos; las maletas; Facebook; el espectáculo de medio tiempo; los tacaños; los efectos especiales; las parejas que hablan a un “profesional” de sus problemas íntimos; los que no cenan; los influyentes; detesto a los taxistas que te cuentan historias interesantes; a las jóvenes promesas; a los tímidos que te miran de reojo; los vestidos amarillos; a quienes citan a Borges; sospecho de las personas que usan las palabras “discurso”, “sistema” y “cambio”; de los que te sugieren el mejor vino; de las mujeres que van en grupo al baño; me disgustan los que heredaron la receta de la abuela; los que guardan recuerdos invaluables en el closet; los que lloran a solas; los que lavan su coche. Y así.     
     Como podrán ver esta lista podría continuar y desplazar en extensión a cualquier biblioteca. La he escrito sin meditar y solamente esperando a que las fobias aparecieran por sí mismas. Cada una de estas antipatías es como la punta de un iceberg. El mundo entero cabe en esta lista y el único exiliado, por supuesto, debería ser yo: el loco y el amargado. Pero mi honestidad es tal que cuando me encontraba enumerando cada una de las cosas, personas, actos, animales o hechos que me disgustan experimentaba un ligero dolor en el estómago. Si intentara añadir los nombres de todas las personas públicas detestables que existen tendría que tomarme varias vidas para hacerlo. Al igual que los actos éticos reprobables, los nacionalismos, los criminales, etc… Pero éste ha sido sólo un extracto y un ejercicio de repulsión. Ya escribiré alguna vez una lista de lo que me agrada y será tan breve como un aforismo. ¿Cómo se puede vivir así?          


Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 3 de marzo de 2014.

domingo, 1 de mayo de 2016

50 MANERAS…


Vivía en una colonia llamada Rinconada Coapa, y escuchaba una canción de Paul Simon. Y no me avergüenza recordarlo porque mi pasado es oro junto a mi presente. “50 formas de dejar a tu amante”, se llamaba la canción de Simon, aunque la traducción que hicieron en México fue otra, y yo me aprendí la letra y cantaba porque era adolescente. Ya después uno debe callarse para hacerse el maduro. Y la canción decía: “El problema está dentro de tu cabeza”, “Simplemente escápate sin que te vean”, “No necesitas discutir mucho, sólo arroja las llaves y libérate.”, Frases así rezaba la canción. Y cuando crecí pensé escribir un libro que llevara ese título, “50 formas de perder a quien amas.” Pero después me puse serio y comencé a leer libros serios y el camino se torció. Debí escribir aquel libro, porque yo soy bueno en hacer sufrir a quienes me quieren y podría dar esos cincuenta consejos sin pestañear. Ya después esos “que me quieren” se acostumbran a mí como a la lluvia, o se van.
     Intenta ser elegante cuando nunca lo has sido y causarás pena y tu amante se entristecerá hasta desear la horca. Y dile que su rostro te recuerda una canción, cuando en verdad te recuerda a otras cincuenta mujeres y ella lo sabrá, no sé de qué manera lo hace, pero sabe que mientes y entonces la perderás. Y si ella tiene un perro dale de comer croquetas en la palma de tu mano y la mascota pensará lo mismo que ella, que eres un hipócrita porque estás a punto de vomitarte y ambos escucharan el tenebroso sonido que comienza a crecer en el esófago o en esa región extravagante que la gente llama “entrañas.” Debí haber escrito aquel libro porque en esos tiempos no tenía ningún motivo, ¿no es así como, de la nada, aparecen los buenos libros? Sin tener ningún motivo. Ahora poseo experiencia, sí, por desgracia tengo experiencia y soy observador y veo las arrugas nacer a muchos años de distancia. Hoy debería intentarlo de nuevo, volver a las orillas del Canal de Cuemanco y escribir “Cincuenta maneras de perder la muerte”, de escaparme sin que me vean, de arrojar las llaves que guardo en la cabeza y liberarme. “No necesitas discutir mucho”, si quieres perder o dejar a quien amas y ahorrarte cuarenta y nueve escalones entonces comienza a discutir con ella. Y un hoyo se abrirá bajo tus pies; discute e intenta solucionar los problemas con palabras y lo que antes era roca se convertirá en arena, discute, argumenta, abusa del lenguaje y ella se irá aunque permanezca a tu lado y cante las canciones que a ti te apena recordar. Si no quieres extraviarte agacha la cabeza, ponte la cadena en el cuello y pon lodo en tus oídos. No hemos escuchado nada, no sabemos nada, no podemos añadir nada a lo escrito, acaso arriesgar una frase como: “¿Has notado que ya nadie habla del Monte Everest?”, o: “Me parece sumamente extraño que las enfermedades se curen.” Una observación y la mirada al piso. El libro en ese entonces, quiero decir el libro que debí escribir cuando escuchaba la canción de Simon, habría sido una inocente obra maestra que nadie habría leído porque el adolescente que escribe no escribe, sino solo crece como el árbol. Y una obra que no lee nadie más que quien la escribe es pura y existe por sí misma. Si quieres perder a tu amante no tienes más que desearla y ella se irá, y tú subirás al autobús, arrojarás la llave, no discutirás y te liberarás. “Ella me dijo, me duele mucho verte sufrir así, ¿qué puedo hacer para verte sonreír de nuevo?” Y una mañana mientras ella preparaba su té, salí de su casa y no volví, tomé el autobús y arrojé las llaves en una coladera, no junto a un árbol, porque llegan manadas de perros que lo mean todo, los malditos perros. Ahorra, compra unos zapatos resistentes y aléjate, deja a quien amas, camina hasta que tus rodillas se astillen y tu corazón comience a pensar en él mismo. O toma una botella de alcohol en las mañanas y así la dejarás a ella, a ti, y tus amigos vendrán o te esperarán en el autobús, allí estarán, en el asiento catorce, en el veintidós, te dirán: “pendejo, te hemos esperado mucho tiempo, el chofer fue a despedirse de su esposa, pero ahora vendrá y nos pondremos en marcha.” Debí escribir ese libro, cursi y redundante, ¿no es tal la senda del perdedor? Una senda que termina en el presente. Me ha tocado el asiento número nueve. ¿A qué horas nos ponemos en camino?  


Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 18 de noviembre de 2013.