lunes, 26 de abril de 2010

LAS TRES PLAGAS


Durante el tiempo que he escrito esta columna no he sabido conducirme con orden y me he inclinado por la digresión y la libertad en el escribir antes que intentar convencer a los pocos lectores que me quedan de alguna clase de verdad. Se puede decir que soy un relativista que a veces se comporta con imprudencia y da juicios que en ocasiones pueden parecer extremos u hostiles, aunque en mi defensa puedo decir que cada una de las opiniones que expreso en este espacio son consecuencia de la reflexión. Como penitencia me impuse leer lo escrito en esta columna desde que se inició hasta los días que corren y me he percatado de que mis preocupaciones no han variado gran cosa y que en cuestiones de moral pública sigo pensando más o menos lo mismo. Y vuelvo a insistir —como creo que lo haré hasta que la muerte me haga el honor de tocar a mi puerta— en que nuestro país sufre el acoso de tres plagas que amenazan con no marcharse jamás hasta que pongamos el remedio sea por el medio que sea. Las describo brevemente, sin retórica ni estadísticas.

La primera plaga se describe de manera tan sencilla que hasta una estatua podría comprender su descripción: es necesario que los malos no nos engañen haciéndonos creer que son los buenos. No son los narcos el enemigo más importante de nuestra sociedad. Eso es una falacia y también un señuelo. Es la policía corrupta e inmoral que tiene como objetivo brindarnos seguridad la que ha puesto en peligro la idea de un estado sólido. No son confiables. El gobierno tiene como fundamental obligación proveernos de buenos policías y castigar de manera extrema a estos malhechores. Contra ellos debe llevarse a cabo la verdadera guerra. No sé de qué manera podría realizarse acción tan importante, pero es necesaria la denuncia ciudadana y el escarnio público, señalar a sus familias, quitarle derechos a quienes los rodean, hacerles ver que ninguna pena es suficiente para paliar el daño que realizan oscureciendo el rostro de la justicia y sembrando la desconfianza.

La segunda plaga son los empresarios que carecen de responsabilidad social. Van contra de uno de los principios de Rawls que más aprecio. Si vas a enriquecerte debes crear bienestar para el resto de las personas de tu comunidad o por lo menos no hundirlas más ni aprovecharte de su indefensión. Los monopolios de televisión no tienen derecho a una señal abierta en tanto sigan divulgando basura y lucrando con una población inocente a la que el estado no ha podido dotar de una buena educación básica. Mientras esto no se remedie toda programación tendría que ser transmitida por cable (eso es en verdad libre mercado) y que cada quien decida la clase de entretenimiento que desee consumir. Otro ejemplo que se me ocurre es el hecho de que una cadena de tiendas y restauranres ha sustituido a las librerías tradicionales, pero con la enorme diferencia de que a diferencia de las segundas promueve libros malos que poco hacen para estimular la reflexión o la cultura de los mexicanos. Entre estas tiendas y las librerías cubanas donde no existe más que literatura "conveniente" no existe casi ninguna diferencia. Son sólo dos casos, pero sobran ejemplos.

La tercera plaga a la que me referiré es de todos conocida. La muerte de la representación pública en manos de los partidos políticos. Ocupados en sus propios intereses, en el ascenso jerárquico de su posición, en su bienestar económico no son capaces de unirse ni de acordar medidas para remediar los problemas que cualquier persona podría enumerar sin ningún problema. Buscar alternativas a estas instituciones de ideología imprecisa, esmeradas en la corrupción y, además, objeto del más grande desprestigio, es una tarea a la que deben avocarse los ciudadanos. Los políticos han sembrado la desconfianza y no han sido el medio natural para la transición hacia una democracia moderna. Carecen de imaginación y de compromiso. Organizaciones civiles, gremios, resistencia, concertación pública, asociaciones de consumidores, consejos vecinales, redes sociales, grupos de intereses comunes que a la vez sean abiertos y participativos, alternativas para la acción política, todo menos partidos políticos y legisladores que sólo sirven a sus jefes y a la satisfacción de sus propios intereses.

Columna: TERLENKA. EL UNIVERSAL, 26 de abril de 2010